Diario PN Picos de Europa julio 2025

1° día- Quebrantahuesos a la vista

Primera hora de la mañana. David ya nos estaba esperando con unas ricas tostadas. Tras el desayuno, marchamos hacia la Fundación Quebrantahuesos, donde nos esperaban para hablarnos sobre cómo hacen para mantener las poblaciones de esta especie.

Lo que más nos sorprendió fue que, cuando hay un polluelo de quebrantahuesos en los Pirineos que quieren traer a este parque, deben trasladarlo en coche durante ocho horas sin poder hablar, ya que no puede tener contacto humano.

Después nos dirigimos a una zona de mirador desde donde se veía un muladar. Nada más bajarnos del coche... ¡WOOOOW! Un quebrantahuesos voló justo delante de nosotras y pudimos verlo perfectamente. Luego se posó en la montaña de enfrente y lo observamos durante un buen rato. Quedamos alucinados.

Continuamos subiendo, con el característico tráfico de la zona (caravana de vacas y cabras), hasta llegar a la zona de lagos. Las vistas eran increíbles: contra todo pronóstico, el cielo estaba despejado y todo estaba lleno de vacas… con sus correspondientes cacas, que pisamos en más de una ocasión.

Con el guía fuimos a buscar quebrantahuesos recién liberados utilizando un radiotransmisor. Y, de repente, vimos otro quebrantahuesos volando sobre una montaña. Fue nuestro segundo golpe de suerte.

Tras esta experiencia, fuimos a comer y a tomar un café.

Por la tarde tocaba la parte seria: el muestreo del río. Nos dividimos en grupos de dos, nos pusimos manos a la obra y conseguimos terminar justo antes de que llegaran los truenos y relámpagos.

En la parte físico-química tuvimos algunos problemillas, ya que hay que ser muy meticuloso. Con el caudal todo salió genial, salvo en algunas zonas que estaban algo resbaladizas.

La parte de macroinvertebrados fue todo un éxito: encontramos muchos insectos como tricópteros, dípteros, efímeras, sanguijuelas y estuches con algún insecto dentro. La suerte seguía de nuestro lado, y pudimos ver algunas aves como el mirlo acuático, la lavandera cascadeña y la lavandera blanca.

Después del muestreo, algunos se fueron a hacer una ruta. Más tarde, cenamos la increíble comida de esta zona: mucha fabada y queso cabrales. ¡Ñam!

Día 2 – El traidor

Comenzamos el día a orillas del río Duje, donde nos lanzamos de cabeza (metafóricamente… aunque alguno casi literal) a muestrear. En el primer punto, el río nos jugó la del traidor: ni caudal, ni macroinvertebrados, ni ná de ná. Pero no nos rendimos. En el segundo punto, todo fue como la seda: los datos salieron perfectos y hasta tuvimos una visita inesperada de unos odonatos gigantes que parecían sacados de Jurassic Park.

Después del muestreo, tocaba subir al mirador de Sotres. Allí nos marcamos un “picking” gourmet en versión rural, con vistas que ni en un anuncio de Asturias para turistas madrileños. Entre bocado y bocado nos dio por filosofar sobre temas sociales y, oye, salimos de allí con el estómago lleno y la mente más despierta que nunca.

Por la tarde nos lanzamos a la ruta Poncebos–Bulnes, que atraviesa paisajes de postal hasta llegar a uno de los pueblos más bonitos de la zona. Por el camino nos cruzamos con la cabra Manola.

Para terminar el día como se merece, una cena de esas que se recuerdan: buena compañía, mucha hambre acumulada… y, por supuesto, nuestro queso estrella: el cabrales. Porque si algo no puede faltar en un día perfecto en los Picos, es ese sabor fuerte que nos despeja la nariz.

Conclusión del día: Entre montañas, odonatos, buenas charlas y queso del bueno, confirmamos que ser voluntario aquí es mucho más que muestrear: es vivir cada momento como si fuera una postal con olor a cabrales y muchas risas.

 

Día 3 - ¿Y mi café?

El día comenzó como de costumbre: austeras y crujientes tostadas, humeante café con leche y un silencio que solo se rompe por el murmullo de las conversaciones matutinas. Pero el aire que hoy se respiraba era diferente. Nos despedíamos de David y de su Molino, el refugio que nos acogió desde nuestra llegada a Picos. ¡Qué hombre tan simpático, este David! Las despedidas siempre dejan un poso amargo, pero había que seguir. El reloj no espera, y la aventura tampoco.

Abandonamos Asturias, Patria Querida; cruzamos la frontera invisible entre paisajes, y entramos en la provincia de León, rumbo a la parte leonesa de los Picos de Europa. La diferencia es palpable en el entorno, en la luz, en la forma de los valles y las montañas (aunque, eso sí, igual de majestuosas e imponentes, casi indomables).

La primera parada de importancia fue en el río Sella. Hicimos el muestreo, cada uno en su tarea, con el mismo esfuerzo rutinario de siempre. Estupendos resultados, hay que decir.

Luego, rumbo a Soto de Sajambre. Allí nos esperaban unos cuantos kilómetros cuesta arriba hasta llegar al valle de Vegabaño. La ruta, agotadora. Pero las vistas, siempre dignas. Ese aire limpio que te corta la respiración, esa sensación de que todo lo que te rodea es más grande que tú, más eterno.

El almuerzo, en Soto de Sajambre, fue lo que tocaba. Hamburguesas, sartenes con huevos y patatas, pan para dar y tomar. Nada pretencioso, pero suficiente. Comer, reponer fuerzas, charlar un poco. En estas tierras, cuando se baja la guardia, siempre aparece el cansancio. Pero hay que seguir, aunque el cuerpo no tenga ni gota de cafeína.

Por la tarde, repetimos el muestreo en el mismo río, esta vez con el sol algo más bajo y en distinto lugar. Las tareas se hacen más lentas cuando el cuerpo empieza a pedir tregua, pero cumplimos la labor con dignidad.

Por fin, emprendimos camino hacia el nuevo alojamiento, donde pasaremos las últimas noches. Otro lugar, otro aire, pero el mismo cansancio pegado a los huesos.

La cena fue otro de esos momentos memorables que tanto se agradecen al final del día. Sopa caliente, albóndigas en una salsa cocinada con el mejor de los cariños, y una mousse de limón que cortaba de un tirón con el sabor a tierra y sudor. La comida, como siempre, tenía algo de homenaje a la tierra.

Y así, sin alardes, sin más que el paso del tiempo y el trabajo hecho, se cerró otro día en las montañas. La jornada pasó, como todas las que pasan aquí. Dura, sencilla, directa. Mañana será otro día.

Día 4- Mariposeando con Mar

Penúltimo día de voluntariado y amanecimos en este sitio increíble, con unas vistas que quitan el aliento. Después de un buen desayuno, nos pusimos en marcha. Esta vez nos encontramos con Mar, la técnica del parque, en el famoso chorco de los lobos, lista para guiarnos por la zona.

Empezó contándonos cosas súper interesantes sobre cómo vivía la gente de los pueblos hace años, cómo era la caza del lobo, y un montón de curiosidades sobre la fauna y flora local. ¡Una pasada!

Pasamos toda la mañana de ruta, haciendo paradas para observar el entorno. Mar nos mostró cómo hace los transectos de 1 km para estudiar mariposas: las captura con una red y luego las identifica. Cuando nos dejó intentarlo a nosotras… ¡vaya desafío! No es nada fácil atraparlas, ¡son rapidísimas! Pero aún así conseguimos algunas como la lobo y la pavo real. Terminamos la ruta con la historia del chorco, un sistema que usaban para atrapar y matar lobos… bastante duro, la verdad.

Después tocó hacer el muestreo diario, recolectando a nuestros ya conocidos macroinvertebrados para analizarlos más tarde en el laboratorio.

Y para cerrar el día, nos pusimos manos a la obra con una actividad de educación ambiental para niñxs del pueblo. Al principio no nos poníamos de acuerdo porque teníamos mil ideas, pero al final logramos organizarnos y montar una propuesta súper chula para contarles todo lo que estamos haciendo aquí.

 

Día 5 – Hoy los monis somos nosotros 

Último día… ¡no me creo lo rápido que ha pasado este voluntariado! Pero bueno, no nos vamos a poner nostálgicxs todavía.

Empezamos el día con una visita al Centro de Visitantes de Posada de Valdeón, donde, cómo no, nos recibió nuestra queridísima Mar. El centro es una pasada, un lugar privilegiado que te recomendamos visitar sí o sí. Está lleno de recursos y curiosidades que te atrapan desde el primer momento. Aprovechamos para llevarnos algunas guías de mariposas, aves y pequeños mamíferos, porque aquí nunca se deja de aprender.

Después de la visita, llegó el momento de poner en marcha la actividad que preparamos el día anterior para lxs peques del pueblo. Fue súper divertido y, sobre todo, muy inspirador. Aprendimos una lección muy valiosa: para cuidar algo, primero hay que conocerlo. Y ellxs, aunque pequeños, sabían perfectamente lo que tenían y cómo protegerlo. ¡Nos dieron una gran lección!

Luego nos fuimos a hacer nuestro último muestreo, cruzando los dedos para salir sin souvenirs de garrapatas… ¡y lo conseguimos! Así que como premio, hicimos un pequeño tramo de la ruta del Cares, acompañados de cabras, pájaros y unas vistas que se nos quedan grabadas en el alma. Una ruta que, sin duda, se queda con nosotros para siempre.

Y así cerramos esta experiencia: con los pies cansados, las mochilas llenas… y el corazón aún más.

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